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Llevo nueves meses viajando. Metí mi vida en una maleta y una mochila el último diciembre y me atreví a llevar a cabo algo que venía soñando desde hacía tiempo. Veníamos soñando.

Desde entonces hemos explorado. Hemos caminado durante horas para ver paisajes alucinantes. Hemos hecho viajes de un día entero de autobús. Nos hemos subido en avionetas, aviones, tuk tuks y lanchas temerarias.

Hemos conocido personas que dan para un libro, para una anécdota con cervezas o para querer que no se vayan de tu vida. Nos hemos muerto de frío y chorreado de calor justo al salir de la ducha. La lluvia torrencial nos ha retenido en alguna habitación y hemos quedado boquiabiertos con unos cuantos atardeceres.

La estancia más larga ha sido de 15 días en solo dos ocasiones y en una fue culpa del Covid que no nos perdonó nuestras ganas de volar. De resto nos fuimos acostumbrando a tener la maleta siempre medio hecha o en todo caso a hacerla rápidamente cada vez porque no mucho después de llegar nos tocaba de nuevo salir. Y estaba muy bien porque así eran más los sitios. Más las fotos alucinantes. Más las experiencias.

Plaza en Villa de Leyva

Hasta que la prisa hace que aparezca un malestar físico, y el malestar físico hace que la marcha vuelva a primera y mires alrededor después de unas cuantas respiraciones profundas y pienses quizás hay que bajar la velocidad.

Entonces se descubre que también hay un placer delicioso y escondido en el desayuno a las 10 am sin prisas, saboreando cada trago de café mirando la nada por el solo hecho de dejar a las papilas gustativas a sus anchas. Hay un halo fascinante en ocupar el espacio en un borde de la piscina de turno, poner los brazos fuera para sostenerte y dejar que las piernas se muevan dentro del agua sin mucho más destino que dejarlas hacer mientras la cabeza va suavemente saltando de sitio en sitio sobre pompas de colores. Hay una satisfacción más latente en el sexo porque sí en una hora que antes ocupaba la jornada de viaje y antes la del trabajo, dejarse acariciar como surja sin pensar en la cita de las 8 porque los compromisos y tal.

Ahora se trata de conocer monumentos y recorrerlos como siempre para después sentarte un rato en el banco de enfrente a mirar e imaginar a quienes lo construyeron. O pasarte el día en la playa y al atardecer observar en derredor y escribir lo que percibes porque te apetece y nada más. O mirar hacia arriba y cazar cielos bonitos, he descubierto que pueden ser mejor que cualquier edificio porque tienen más belleza y van cambiando cada minuto de forma y color, la mejor instalación itinerante de arte.

Atardecer en Izamal

Sin bajar la velocidad no se puede descubrir que mecerse en una hamaca de colores vale lo que una meditación y que una mecedora también puede tener el mismo efecto. Que caminar dos veces el mismo sitio puede llegar a ser conocer dos lugares diferentes. Que te puede venir la inspiración en medio de la selva tropical para escribirle una carta a tu yo cuando eras niña y alcanzar reflexiones que no hubieses imaginado nunca.

Quizás sea efecto de los nueves meses. Aunque me parece que no soy la única. Y estoy pensando que con este criterio de ahora me voy a perder de algunos lugares porque ya no podré llegar a tantos. Pero pienso en estos últimos días de velocidad lenta y recuperación y me digo vale la pena no querer abarcar tanto. Se vive bien viajando despacio.

Laura Vivas
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